Pese al bache que significó la pérdida de Panamá, la línea de base de las relaciones entre Colombia y Estados Unidos ha sido positiva y amistosa, incluso desde el nacimiento de nuestra República. Pero como suele suceder en toda línea de base, si bien hay una tendencia rectilínea creciente en términos de cooperación y cercanía política, no han faltado alzas y bajas¹.

El clímax lo simboliza la guía dictada por Marco Fidel Suárez: Respice polum, mirar al norte como estrella polar de la política frente al país del norte. Esa línea sostenida, no ha impedido momentos de mayor independencia, como ocurrió en la administración López Michelsen en la cuestión de Panamá, la de Belisario Betancur frente al tratamiento de la droga y la de varios gobiernos en relación con Cuba.

Durante la administración Santos, no solo se mantuvo ese nivel de buena vecindad, sino que se logró adelantar un proceso saludable de diversificación de la agenda bilateral. Hubo un escenario de relativa desnarcotización de esta, además de un eje importante alrededor de las conversaciones de paz con la guerrilla de las FARC, apoyadas desde un principio, incluso con el envío del señor Bernard Aronson como delegado del presidente Obama, además de las visitas del secretario de Estado, John Kerry, a Bogotá y a La Habana.

La llegada al poder del presidente Duque, tras una campaña signada por la oposición al acuerdo de fin del conflicto, introdujo diferencias importantes. Desde el lado norteamericano, la elección del señor Trump agudizó la situación, alimentando duras posturas compartidas entre ambos gobiernos, alrededor del tema del narcotráfico, las relaciones con Venezuela, el aislamiento de Cuba, el terrorismo y el fomento a posiciones de ley y orden, muchas de las cuales terminaron siendo una versión más aguda de la agenda que se creía superada.

La campaña para la reelección de Trump generó una situación inédita. Tanto Trump, por un lado, manifestó preferencias por los rivales del señor Petro, así como voceros destacados del Centro Democrático, incluido su jefe natural el ex presidente Uribe Vélez, no ocultaron su simpatía por la reelección. Este último, de manera pública, apoyó a la candidata Salazar en la Florida.

Este fue un grave punto de quiebre porque arriesgó uno de los logros más importantes en este camino bilateral, como fue la construcción de una política bipartidista en el seno del Congreso norteamericano.

El triunfo de Biden es una oportunidad para recuperar el camino puesto en jaque de manera tan nociva. La administración Duque, aupada por sectores radicales del llamado Centro Democrático, ha alentado una política exterior ideologizada en demérito de los intereses de Colombia cuya salvaguarda exige una postura internacional abierta.

En la actualidad, por fortuna, como dije, hay una ventana de oportunidad para restablecer el clima bipartidista de apoyo a Colombia. El propio embajador Goldberg señaló recientemente la hoja de ruta básica:

Apoyo al proceso de paz. Recuperación de la vieja defensa de Estados Unidos a la reforma agraria para lo cual el punto uno del Acuerdo del Teatro Colón es la oportunidad de saldar esa deuda sin la mayoría de las aristas ideológicas del pasado. Protección a los líderes sociales. Evitar masacres. Derechos humanos. Cambio climático. Expansión del comercio.

A lo que habría que agregar:
Nuevo examen de la cuestión de los cultivos ilícitos, en torno de la sustitución. Regreso a la posición frente a Cuba. Es muy dañino el ingreso de Colombia a la cuerda de países radicales contra la Isla. El país ya había consolidado una posición equidistante, con la cual convivieron tanto republicanos (Bush) como demócratas (Clinton).

Contando con la diplomacia norteamericana, hay que afinar la posición frente a Venezuela, en orden a impedir que Colombia sea el halcón de primera línea, dados los riesgos que esto implica. El cambio de régimen en Venezuela es conveniente para Colombia, pero no es recomendable ser la voz de barítono en la confrontación, tanto más, por cuanto no se descarta que bajo Biden haya algún tipo de transición.

Reincorporación de temas variados en la agenda bilateral. La cooperación frente al narcotráfico es esencial, pero no debe copar la totalidad de las relaciones.

En la década de los años 90 Estados Unidos auspició una política de defensa de los derechos humanos en Latinoamérica. Es posible que con Biden esta línea se vigorice como lo ha dicho el embajador. Colombia debe auspiciar una política decidida en este campo.

Ciertas manifestaciones negacionistas, incurriendo incluso en este campo en posiciones extremas de descalificación de las instituciones supranacionales protectoras de derechos, se deben eliminar.

Por fin, aun entendiendo que el presidente Biden conforma su equipo de manera autónoma, creo que un nuevo enfoque de las relaciones bilaterales exige nuevas caras, en especial, de la embajada ante la Casa Blanca.

¹Este análisis se predica de las relaciones oficiales. No se puede desestimar que corrientes políticas situadas a la izquierda, han calificado de inaceptable la injerencia de Estados Unidos. Incluso, en relación con la persistente violencia organizada, se ha sostenido que en el marco de la política del “Enemigo Interno”, la influencia de Estados Unidos ha sido dañina.

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