En una época en que América Latina y el Caribe sienten la presión por crecer más rápido, muchos se preguntan si existe un sector que pueda ayudar a una estrategia de crecimiento económico, inclusivo y sostenible a largo plazo. Aunque no es fácil, la respuesta podría estar frente a nosotros.

He vivido muchos años fuera de Colombia, pero siempre he mantenido una profunda conexión con mi país. Y desde afuera he podido observar como las grandes cosas que nos distinguen y que nos unen son nuestra cultura, nuestra identidad y nuestra creatividad. Son cosas de las que me siento orgulloso y de las cuales he podido disfrutar y compartir con personas de todas partes del mundo. Y esto que parecería pertenecer al ámbito artístico, o de la diplomacia cultural, tan ajeno al trabajo que hacemos en el Banco Interamericano de Desarrollo, donde por décadas nos hemos concentrado en temas de infraestructura, educación o salud, se ha transformado en un asunto de interés en el cual el BID está invirtiendo y concentrando esfuerzos. La cultura y la creatividad se instalan hoy como potenciales moto-res de crecimiento y desarrollo.

Y no es que la cultura no haya ocupado en el pasado un papel en el trabajo del BID. Lo que ha cambiado es cómo percibimos su valor: de considerarla sólo como un bien público a apreciarlo como un motor de desarrollo económico. Hoy la concebimos como un eje relevante en proyectos de recuperación del patrimonio histórico, como por ejemplo los centros históricos de Quito o Cartagena, o en programas que utilizan la cultura como una herramienta para la inclusión y el cambio social, en especial para jóvenes vulnerables, como el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela o Galpão Aplauso en Brasil, iniciativas que dotan a sus participantes no solo de destrezas artísticas sino también de habilidades para la vida como la comunicación, el respeto al prójimo y el trabajo en equipo.

El año 2007 marcó un parteaguas para las industrias culturales y creativas (ICC) en el BID con el inicio de una serie de estudios que fueron la base del libro La economía naranja, una oportunidad infinita de Felipe Buitrago e Iván Duque. Publicado en el 2013, se transformó en el libro más exitoso de la historia del BID. Con más de 430 mil descargas al día de hoy, esta publicación acuñó el término Economía Naranja, que ya está instalado en gran parte de la región. Su mayor logro fue posicionar y visibilizar un sector de la economía que hasta ese momento no era considerado a la hora de pensar en políticas de desarrollo. La gran demanda por este libro fue para el BID una llamada a la acción. Los economistas y especialistas en desarrollo no estábamos prestando la debida atención a un capital que tenemos en abundancia en la región y que es inagotable: la cultura y la creatividad.

Y es que la economía naranja, el sector basado en el conjunto de actividades que permiten que las ideas se transformen en bienes y servicios, y cuyo valor puede estar fundado en la propiedad intelectual, tiene un gran potencial para generar empleo, riqueza y para mejorar la calidad de vida.

Desde los primeros estudios sobre el impacto económico de las ICC en los años ’80, se demostró con claridad que estas industrias crecen más rápido que la economía en su conjunto. Muchas de ellas incluso crecen a tasas de dos dígitos. Más aún: son intensivas en generación de empleo, en especial para jóvenes. Este sector de la economía demostró además ser más resiliente a las crisis económicas, como quedó claro tras la crisis del 2008, ya que esas industrias sufrieron menos y se recupera-ron más rápido, colaborando con la reactivación económica de los países.

En la última década el crecimiento de la economía naranja se potenció con la revolución digital, que produjo una notable expansión de las industrias culturales y creativas. Y esto concuerda con los cambios experimentados por la economía mundial, qué pasó de un paradigma basado en las manufacturas a una economía del conocimiento y la información, en la cual la creatividad, la innovación y la colaboración desempeñan papeles cruciales. En el BID vemos ese cambio como una oportunidad: una puerta abierta para promover y alentar a las industrias culturales y creativas como fuente de desarrollo económico y como vehículo para impulsar el bienestar social.

Las industrias culturales y creativas se reconocen cada vez más como un importante motor del desarrollo económico, y contribuyen directamente al progreso de los países en términos de valor agregado, exportaciones, empleo, inversiones y aumento de la productividad. Algunas estimaciones recientes muestran que las ICC generan ingresos por unos US$2.25 billones y dan empleo a unas 29,5 millones de personas a nivel mundial, aproximadamente 1% de la población activa, con altos índices de innovación y productividad.

América Latina y el Caribe viven un momento creativo fascinante. El talento, el ingenio y la imaginación arraigados profundamente en la identidad de sus pueblos son importantes impulsores de las industrias culturales y creativas, con un impacto directo en la generación de empleo, el comercio y el crecimiento productivo en la región. Se estima que en el 2015 las ICC equivalían a 3% del PIB de América Latina y el Caribe, emplearon a 1,9 millones de trabajadores y que su impacto económico fue de US$124.000 millones de dólares, equivalentes a 6% del mercado global de las ICC.

La creatividad como un activo

La revolución digital, el advenimiento de la economía del conocimiento y la cuarta revolución industrial han puesto a los creativos en un lugar central. En esta nueva economía, los aportes de la creatividad se extienden más allá del sector donde se producen y sus efectos cruzan fronteras entre actividades y disciplinas. Estas impactan áreas tradicionales de la economía como la educación, la salud o incluso la infraestructura, que se han visto beneficiadas por las contribuciones de las industrias culturales y creativas, mejorando sus procesos y sus productos, y en muchos casos, ofreciendo soluciones a retos que no se habían podido resolver con métodos tradicionales.

Esto último es particularmente relevante cuando se crean sinergias entre el pensamiento creativo, la innovación y la actividad empresarial. La colaboración intersectorial ha permitido a los emprendedores creativos romper patrones y moverse en un universo de innovación multisectorial para cumplir sus objetivos.

La creatividad no sólo es una de las pocas habilidades que las máquinas aún no pueden reemplazar, sino que es, según el Foro Económico Mundial, la tercera habilidad más requerida para el futuro del trabajo. Según Nesta, la agencia de innovación del Reino Unido, los empleos creativos se encuentran mejor posicionados que los tradicionales frente a la amenaza de la destrucción de empleos por la robotización. En su publicación ‘Creativity vs. Robots’ argumenta que el sector creativo es, hasta cierto punto, inmune a esta amenaza, ya que 86% de empleos ‘altamente creativos’ en los Estados Unidos y 87% en el Reino Unido no corren riesgo o sólo tienen bajo riesgo de ser desplazado por la automatización.

La creatividad es un eje clave de la economía naranja y un activo para la economía en general. Según el inglés John Newbigin, quien fue parte del desarrollo de las primeras políticas públicas para las industrias creativas en los años 90 en el Reino Unido, si el petróleo fue el principal combustible de la economía del siglo XX, la creatividad lo es para el siglo XXI. Así, de la misma manera que la política energética y el acceso a la energía fueron determinantes en la geopolítica a lo largo del siglo XX, Newbigin sostiene que las políticas para promover y proteger la creatividad pueden ser los determinantes cruciales del éxito en el siglo XXI. Si eso es cierto, concluye, es necesario repensar la forma en que se organizan los gobiernos, la forma en que se planifican las ciudades, la forma en que se imparte la educación y la forma en que los ciudadanos interactúan con sus comunidades.

El BID lleva décadas trabajando para diversificar la matriz productiva de la región. ¿Quién hubiese dicho que parte de esa estrategia iba a venir de la mano de los creativos?

Las industrias creativas son una opción real para diversificar nuestras fuentes de crecimiento. Aparte de explotar nuestra riqueza cultural y nuestra diversidad, sirven para entender mejor los desafíos que trae la revolución tecnológica y promover el emprendimiento. Si bien la economía creativa y la economía digital no son iguales, en conjunto se encuentran entre los principales impulsores de la innovación en la economía global y en la sociedad.

Uno de los sectores transversales de la economía naranja es el emprendimiento, pues se caracteriza por estar compuesta mayoritariamente por pequeñas y medianas empresas o negocios, que emplean mayoritariamente a jóvenes. Hemos visto surgir con cada vez más fuerza a una nueva generación de emprendedores que le han dado a la creatividad un valor central en sus actividades productivas y comerciales. Ellos han redefinido sus funciones y desafiado los mitos que rodean a la creatividad como fenómeno. Los emprendedores creativos han sabido adaptarse y transformarse, construyendo equipos multidisciplinarios que conjugan las habilidades atípicas que les permiten innovar en sectores donde hace 10 años era impensable.

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