Sin haber superado totalmente la emergencia creada por la pandemia del Coronavirus, se puede afirmar que después de la guerra invisible desatada en el campo sanitario, la Contraloría General de la República, como máxima entidad de control fiscal del país, tiene enfrente ahora, como nunca antes, el desafío planteado por la guerra visible de la corrupción, cuyas manos sucias no descansaron ni siquiera en medio de la tragedia social que sufren millones de compatriotas.

Es increíble que una parte de las ayudas decretadas por el gobierno para aliviar el drama de quienes han tenido que confinarse en sus casas, sin empleo y sin dinero para auxiliar a sus familias, fueran objeto del asalto de intermediarios canallas que, aprovechando la urgencia de la asistencia social, no dudaron en realizar sus tramposos negocios con la comida y los subsidios de los más necesitados. Por fortuna, fueron puestos al descubierto muy temprano y recibirán rápidamente enérgicas sanciones por parte de la Fiscalía General, la Procuraduría General de la Nación y la Contraloría General de la República.

Es una triste situación que el país rechaza indignado y que nos sacude y estimula para no descansar en el objetivo de llevarlos a la cárcel y recuperar los dineros robados a los débiles presupuestos sociales del país. Mediante la decisión de actuar juntos, la Fiscalía, la Procuraduría y la Contraloría nos hemos impuesto la meta de proteger el recurso público en su propia fuente y no tener que esperar, como ocurría antes, cuatro o cinco años para recuperar apenas el 0,4 por ciento de lo que se perdía. En nuestro caso, nos correspondió prácticamente estrenar el nuevo modelo de control fiscal al calor de la crisis desatada por la pandemia que nos afecta, lo que nos permitirá actuar con mayor sentido de oportunidad y con criterio de prevención.

Para cumplir este propósito contamos con equipos de alta tecnología que ya adelantan su riguroso trabajo, en desarrollo de un sistema de control fiscal preventivo y concomitante, que no dará tregua a los corruptos y que está comprometido en acabar la telaraña vergonzosa que existe en la contratación pública.

Si, como se espera, que después de la pandemia el país enfrente sustanciales e impactantes cambios en su derrotero social y económico, tenemos que confiar en que uno de ellos, y más que ineludible, será el de la reestructuración del sector salud, no solo para aumentar sus presupuestos, sino para agilizar la distribución de esos recursos y garantizar que se orienten hacia la modernización tecnológica de la política sanitaria y el apoyo suficiente a la investigación científica y la ciencia médica.

Está comprobado que por lo menos el 60 por ciento de los hospitales públicos de nuestro país tienen graves problemas financieros, a pesar de que anualmente se incorporan inmensos recursos por parte de la Nación y los territorios para atender al sector. Los dineros destinados no fluyen con la diligencia requerida por ineficiencias en la contratación, por el exceso de trámites burocráticos, enredados procedimientos administrativos y, lo que es peor, por la corrupción en algunos eslabones de la cadena.

Ahí tenemos un desafío enorme: trabajar por una nueva política de salud, por nuevos diseños presupuestales, por una acción más contundente de los organismos de control, por una protección integral para quienes trabajan en clínicas, hospitales y entidades sanitarias, no solo en la parte laboral sino también en la operativa. Construir un sistema humanamente más cercano a la gente, como nos enseñaron el coronavirus y la cuarentena que vivimos con ejemplos dolorosos y dramáticos.

Precisamente, en estos días de pandemia, el prestigioso líder de las nuevas tecnologías, visionario y filántropo, Bill Gates, escribía para una publicación internacional que “de ahora en adelante tenemos que distribuir los recursos en función de la salud pública y las necesidades médicas”.

Señalaba que “las pandemias nos recuerdan que ayudar a los demás no solo es correcto, sino que es inteligente. Al fin y al cabo, a los seres humanos no nos unen solo unos valores y unos lazos sociales comunes. También estamos conectados biológicamente por una red de gérmenes microscópicos que vinculan la salud de una persona a la de todas las demás”. Tenemos una voz autorizada que nos convoca a conectarnos con los temas claves del inmediato futuro: la salud y el medioambiente.

Se trata de cultivar el arte de vivir en este mundo tan difícil. Y de recordar que en medio de las pandemias, “a pesar de vivir tan cerca de la muerte, siempre queda la posibilidad de una profunda solidaridad”, y que “ser solidario es un compromiso incondicional con uno mismo y con los demás”, como se desprende de las reflexiones hechas por el nobel de Literatura Albert Camus, en su recordada y elogiada novela La Peste.

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