SERÍA UNA EQUIVOCACIÓN CONFUNDIR LA COMPLEJIDAD CON LA PERFECCIÓN y la complicación con la sabiduría. Hay algunos descuidos en la controversia de nuestros días. Y esto se comprueba cuando la comparamos con el debate de los primeros tiempos.

Motivo de orgullo es para nosotros que la discusión habida últimamente sobre el desarrollo haya sido científica –que los términos y conceptos hayan sido tan rigurosamente definidos y empleados– como para que los expertos encargados de estudiar los diversos aspectos del problema se puedan comunicar entre sí con alguna certidumbre y corregirse los unos a los otros si es necesario, y cada uno de ellos, al agregar el grano de arena de su conocimiento al acervo común, contribuya a la sabiduría general.

La discusión primitiva fue menos precisa, pero de mayor magnitud. Smith, Malthus, Bentham y Marx fueron creadores de sistemas; les preocupaba la necesidad total de progreso. Los principios del buen gobierno, los alicientes para la acción individual, el papel de la ilustración popular, los fundamentos de la prosperidad, los efectos de la competencia y el monopolio, la relación entre las clases sociales, las razones en virtud de las cuales había pueblos, como el inglés, muy dados al trabajo, en tanto que otros, sobre todo el irlandés, le tenían menos inclinación: todo era buena provisión para su molino altamente diversificado.

Se tomaban en cuenta, sin duda, cuantas cosas pudieran tener alguna relación con el adentro económico. La piedra de toque estaba en que, de algún modo, se pudiera responder a estas preguntas: ¿Qué significa esto en el progreso económico? O, por el contrario, ¿qué es lo que lleva al estancamiento económico, al tan discutido estado estacionario?

DISCUSIÓN DEMOCRÁTICA
El debate del siglo XIX lo dirigía un número bastante escaso de hombres. Por su propia índole, se confinaba a los que eran capaces de percibir y articular las grandes cuestiones. Se quiere decir, pues, que solo grandes hombres podían participar –con frecuencia se ha oído que cada generación produce únicamente un filósofo–. La discusión moderna, por fortuna para quienes tratamos de hacernos escuchar, es mucho más democrática.

Ello se debe a que ha girado alrededor de partes del problema, más que de su totalidad. No abundan los hombres con una útil visión general de la sociedad. Son muchos, en cambio, los que pueden contribuir al conocimiento de trozos y piezas. Tal vez no sea fácil dilucidar la relación que exista entre una idea religiosa o filosófica y las transformaciones económicas, Pero raro será quien no pueda ofrecer algunas ideas útiles sobre la prioridad que se les debe conceder a las herramientas mecánicas en un futuro plan quinquenal.

Aquí reside, a mi juicio, la debilidad –y hasta los peligros– de la presente discusión del desarrollo económico. Hemos estado discutiendo con entusiasmo, y aún con bastante capacidad, las partes del problema; hasta hemos hecho pausas, nada infrecuentes, para adquirir si tales partes convienen a un todo viable. Hemos prestado atención a las cosas que contribuyen al desarrollo económico: mas ha sido poco nuestro interés por saber si entre sí se han trabado de suerte que el conjunto sea favorable al desarrollo.

Resulta, pues, que probablemente hemos malgastado una gran cantidad de tiempo y esfuerzo haciendo cosas que eran correctas en si haberse realizado en un medio incompatible con el adelanto. El medio no ha sido examinado. Simplemente, se presumió que propiciaba el desarrollo.

Lo diré de una forma más concreta. En los años transcurridos desde la Segunda Guerra Mundial, a falta de una consideración global de las condiciones del progreso económico semejante a la que se ofreció un siglo antes, se partió de dos supuestos, a saber:

1) Que el mundo está dividido entre países desarrollados y subdesarrollados. En los primeros, el progreso económico es más o menos automático –o, en todo caso, fácilmente se halla dentro de las posibilidades del país– si sigue una política económica inteligente. En todo país subdesarrollado, el desarrollo es posible. Solo requiere que se haga provisión de ciertos componentes con los que no se cuenta.

2) Estos elementos faltantes, sobre cuya identidad se está de acuerdo generalmente, son: moderno conocimiento técnico o pericia, capital, mano de obra calificada, y, además, un plan eficaz para utilizar ese capital, esa mano de obra y ese conocimiento técnico. Si de todo esto se provee, habrá progreso.

La prescripción que pueda servir de norma para la expansión económica se deriva directamente de este diagnóstico. La asistencia técnica se obtiene del exterior. Se dan pasos para aumentar la oferta de ahorros nacionales y de capital de ambas fuentes, interna y externa. Se envían hombres a otros países para que reciban preparación. Se llega a concebir un plan de cinco, siete o diez años.

Estas iniciativas serán convenientes, ciertamente, si el diagnóstico del problema del desarrollo es atinado. Si no lo es, se habrá derrochado no poca actividad en el mundo. Tengo para mí, desgraciadamente, que el diagnóstico deja mucho que desear. El hecho de que esté más cerca de ser adecuado para la India que para la mayoría de los demás países solo puede constituir un alivio limitado hasta en la India, porque la tarea de vencer la pobreza y la privación tiene sus raíces en la conciencia de la humanidad toda. Contemplemos ahora ese diagnóstico a la luz de algunos casos prácticos.

Hemos dicho que los elementos que faltan son el capital y el conocimiento técnico. Pero en muchos de los países africanos de reciente independencia, el gobierno nacional se halla todavía en su etapa inicial, y en algunas partes de América Latina nunca ha alcanzado un nivel mínimo de eficiencia. Así las cosas, la inversión, sea pública o privada, está sujeta a los riesgos, incertidumbre y excentricidades de una administración pública deficiente.

De nada sirve imaginarse que se pueden formular o llevar a cabo buenos planes de desarrollo sin un buen gobierno que los haga ejecutar. Y ni la asistencia técnica ni los peritos más preparados valen de nada, ni siquiera se les necesita mucho, donde la administración es diferente o mala. El mejor científico agrícola no podrá avanzar mucho como consejero de un ministerio inexistente.

El experto tributario más competente se desperdicia si el ministro no cree en la recaudación de impuestos, no está dispuesto a implantarlos o se muestra exageradamente amigo de sus amigos. Lo primero que hace falta, en estos casos, no es contar con capital o con técnicos, sino forjar órganos idóneos de administración pública.

IMPACTO DE LA EDUCACIÓN
En el siglo precedente, nada ocupó lugar más preeminente entre los requisitos para el avance económico y social que la educación pública y la instrucción popular. En los nuevos estados de hoy, o en los antiguos que carecen de sistemas de educación popular, tiene uno que hacerse la consideración de si no deberán anteceder los libros escolares a las herramientas mecánicas.

La educación popular libera las energías, no de los pocos, sino de los muchos, y abre cauce hacia el conocimiento técnico. Un pueblo instruido sabrá apreciar la necesidad de contar con máquinas. Por eso, según las circunstancias, la educación popular, cuando menos, deberá tener prioridad sobre las fábricas y demás equipo del desarrollo fundamental.

Finalmente, en muchos países, la atención puesta en sistemas económicos más ambiciosos será atraída enseguida por los defectos del orden social: por aquellas estructuras que permiten que la riqueza y el poder político sean monopolio de una pequeña minoría de la población, mientras a las masas, por consiguiente, se les excluye de todo incentivo de mejoramiento.

Ni aun el más elocuente experto en expansión agrícola es capaz de explicar las ventajas de cultivar dos granos de trigo donde solo uno brotaba antes, si el campesino sabe muy bien que ambos, inevitablemente, irán a parar a las manos del terrateniente. Las formas de inversión agrícola mejor estudiadas o las más complicadas técnicas de expansión agrícola carecen de valor si el cultivador sabe, por una experiencia de siglos, que ninguno de los beneficios será para él.

En resumen, hasta en la primera visión del problema, surgen como elementos rigurosamente importantes el gobierno efectivo, la educación y la justicia social. En muchos países, al señalar las barreras opuestas al progreso, lo que resalta en particular es la falta de esos elementos. De donde se infiere que, mientras esas barreras no se echen abajo, poco es lo que se sacará de la inversión de capital y de la asistencia técnica. Podrán ser imponentes los planes sobre el papel, pero por sus resultados parecen mezquinos.

¿Qué enseñanza se desprende de lo anterior? No es, por supuesto, la de que el capital o la asistencia y la preparación técnicas carezcan de importancia, o la de la planeación sea una pérdida de tiempo. La India, donde todos estos factores son de vital importancia, nos demuestra sobradamente lo contrario. La enseñanza es otra, a saber: que ya es imposible diagnosticar las causas generales del subdesarrollo. En vez de eso, con lo que debemos contar es con un diagnóstico especial que convenga a un país determinado. Y veremos cómo en pocos casos serán idénticas las causas del atraso o los requisitos del progreso.

Concretamente, me parece que debemos reconocer que el desarrollo económico es un proceso cuyo radio de acción se extiende desde las naciones de África que, aunque recientemente independizadas, solo muy ligeramente han superado su estructura tribal, hasta la complicada maquinaria económica y social de los países occidentales. Para cada etapa de este fenómeno continuo existe una política susceptible de permitir un nuevo avance. Pero lo que es bueno para una etapa es pernicioso para otra.

En las primeras etapas del proceso se requiere, indudablemente, la constitución de órganos de administración pública y la habilitación de una minoría bien preparada, es decir, de un núcleo de personas con el que se pueda integrar los servicios administrativos públicos y todo lo necesario que con los mismos se relacione. Viene después la tarea de instrucción popular. Conseguido esto las masas podrán participar en las actividades económicas, y el entendimiento de los hombres verá que se le aclaran, como en ninguna otra forma pueden aclarársele, los métodos y las técnicas más modernos.

Aparte de su papel cultural, la ilustración popular es un instrumento de los más eficientes. No hace falta decir que es también el resorte principal de la aspiración de las clases populares. En este sentido, contribuye a reforzar el anhelo de progreso. Si el desarrollo económico depende de la participación de las grandes masas, se debe contar, entonces, con un sistema de recompensas para el pueblo. No se puede producir un avance apreciable sin la participación del elemento popular; el hombre no está hecho de suerte que entregue sus mejores energías para el enriquecimiento ajeno. Si la ilustración popular da buenos resultados, lo mismo se puede decir de la justicia social.

A medida que se avanza a lo largo de la línea, se imponen otras necesidades, las cuales, por depender de la población y de la posesión de recursos, serán diferentes para los distintos países. El capital pasa a ser la piedra de toque del desarrollo, el factor limitativo, solamente en los países que han avanzado ya bastante en la línea. Indudablemente existe una clara posibilidad de que el capital proporcionado a países que pasan por las primeras etapas de desarrollo se malgaste. Solo en una fase relativamente compleja del desarrollo puede el capital ser bien y prudente utilizado en considerable cantidad.

Al cabo de esa línea están los que se conocen como los países desarrollados. En estos –Estados Unidos, Reino Unido, la URSS, Alemania y Francia– el capital deja de ser un factor limitativo. Depende aquí el desarrollo de un complejo de fuerzas –imaginación y habilidad científica y técnica, cualificación de la fuerza laboral, capacidad para usar plenamente los recursos disponibles, claridad de los objetivos nacionales–, pero su estudio no es de este lugar.

Ver el proceso de desarrollo como una línea a lo largo de la cual se esparcían los países, en sus varias etapas de desenvolvimiento, equivale a la vez el proceso y la política del desarrollo con claridad considerablemente depurada.

Ni qué decir que ya no hay por qué hablar de una fórmula común para el desarrollo. El empeñarse en ofrecer semejante prescripción general traería únicamente consigo despilfarro, frustración y desencanto. Y lo mismo sucederá si se generaliza la experiencia de un país que se encuentra en determinada fase de desarrollo para aplicarla a las necesidades de países que pasan por otras etapas. Saltar, mediante esta generalización, de la experiencia de los Estados Unidos a las necesidades de la India inducirá a error; mas en el mismo caso se estará si se generaliza el caso de la India para aplicarlo a Dahomey o al Chad.

Lo que hace falta, por el contrario, es un plan que se adopte a las necesidades peculiares de un país en la etapa por la cual está pasando. En las etapas iniciales, los planes de desarrollo no tendrán que ser muy complicados ni complejos; se confinarán a los primeros elementos esenciales de la estructura administrativa, así como a la educación y a la reorganización social. En estas primeras etapas, la expansión económica tropieza también con los abrumadores problemas del “círculo cerrado”.

Un país que carece de órganos efectivos de administración pública, ¿cómo va a crearlos, si el mal gobierno, lejos de corregirse, se perpetúa? Un país sin una minoría ilustrada, ¿cómo podría constituirla, toda vez que el impartir educación requiere personas capaces de hacerlo? ¿Cómo introducir reformas sociales, si la estructura clasista sitúa el poder político en manos de quien probablemente se resistirá a ello? Estas son cuestiones profundamente difíciles, aunque tal vez no lo sean tanto como a primera vista parece.

Otras naciones han sabido resolverlas. Y el afán de desarrollo económico, en nuestros días, es una fuerza de gran potencia independiente que no respetará a aquellos que, en defensa de intereses creados, le salgan al paso. De todas formas, quienes tienen a su cargo el desarrollo no removerán esos obstáculos aparentando que no existen.

Como antes señalé, en los países que han sabido resolver estos problemas el capital y el conocimiento técnico son los factores limitativos. La necesidad de capital que actualmente se nota en la India no radica en un bajo nivel de desarrollo; es el resultado, en comparación con las otras nuevas naciones, de que el nivel de este país, precisamente por ser relativamente elevado, le permite utilizar el capital en forma conveniente.

Así como en esta etapa se debe tomar en consideración la forma en que serán más eficazmente usados los escasos fondos de inversión, y donde deben ser horizontalmente integrados y con arreglo a qué fases en el tiempo, es en ella solamente donde la planeación se torna realmente compleja.

Nuestra mayor equivocación sería imaginar que la clase de planeación llevada a cabo por la India o por Paquistán es fundamental para los países en desarrollo, cualquiera que sea la etapa del mismo en que se encuentren. En las etapas primeras, no es ni necesaria ni posible.

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