Desde siempre es sabido que la actividad económica depende de la creatividad humana. Ningún aspecto de la economía está separado de la inventiva y capacidad de los individuos y de los grupos sociales. La economía es una actividad de las personas y no de la naturaleza, aunque esta incida como marco y determine muchos aspectos, pero la economía no tiene ocurrencia si excluimos lo que piensan y hacen los seres humanos. Y sucede que entre todas las especies del planeta, la humana se diferencia precisamente por ser creativa, de manera que la casi totalidad de lo que hace su industria, en sentido amplio– está impregnado de creatividad.

¿Por qué hablar entonces de industrias creativas como una categoría diferente si todas lo son? 

Por razones de comprensión, sin duda. Siempre es necesario diferenciar para entender las cosas. La propia expresión naranja sirve de orientación. Este pigmento, en muchas culturas de la tierra, nos remite a las actividades de la mente, al arte, al talento, a la cultura o a la espiritualidad. Muchos son los ejemplos, como que el color naranja es desde hace siglos el de los hábitos de los monjes budistas, para citar un caso.

Se trata pues de industrias en las cuales la creatividad –relaciona-da más específicamente con las actividades descritas– es no solo el motor sino la industria misma. Si se quiere, aquella donde la máquina, el lugar de creación y el principal de los objetos creados es el cerebro huma-no capaz de generar belleza, sensibilidad, pensamientos, afectos, melodías, sentimientos, etc.

Dentro de todo ello, el arte ocupa uno de los lugares centrales.

Si nos remitimos a los lineamientos de la UNESCO estaríamos hablando de sectores de actividad organizada cuyo objeto principal es la producción o la reproducción, la promoción, difusión y/o comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido artístico. Podemos referirnos también a la definición funcional que utiliza el DANE para medir el campo cultural: “Aquellas actividades humanas y sus manifestaciones cuya razón de ser consiste en la creación, producción, difusión, transmisión, consumo y apropiación de contenidos simbólicos relacionados con las artes y el patrimonio”. Concepto de campo cultural proveniente de la sociología de la cultura.

¿Cuáles son los sectores? 

Sin caer en enumeraciones excluyentes, estaríamos frente a la actividad de pintores, dibujantes, escultores, fotógrafos artísticos, camarógrafos; diseñadores, modistas/os; escenógrafos, teatreros, coreógrafos, bailarines, actores y actrices; directores de arte para cine y televisión, cineastas; escritores, poetas, guionistas; músicos, compositores, intérpretes y otros, en el entendido de que no solo existen las artes plásticas las que por lo regular son las más identificadas como arte sino también las musicales, las escénicas, las audiovisuales y un sinfín relacionado con todo lo anterior y que aumenta con el tiempo.

La cuarta revolución industrial

En muchos sentidos, la economía naranja puede mirarse como un aspecto determinante de la que ha sido denominada cuarta revolución industrial, que implica la producción de contenidos vinculados a las nuevas tecnologías, tanto en su creación como en su difusión. Por supuesto, junto a ellos, el tipo de obras y creaciones de siempre conocidas a lo largo de la historia.

Quizá la nueva mirada radica en que, sin desvirtuar el carácter del arte como expresión vivencial –de manera individual o colectiva–, manifestador de sentidos y de afectos y cohesionador social, este puede entenderse también como un tipo de actividad económica. De hecho, a lo largo de la modernidad ha sido así. Puede que no muy claramente en la prehistoria, la antigüedad y la Edad Media, cuando la función era más bien de tipo simbólico, religioso o político, pero sí a partir del Renacimiento. Desde entonces, los creadores vincularon su nombre a las obras, es decir, se volvieron autores con derechos morales para reivindicar personalmente lo que hacían, pero también con derechos patrimoniales. Lo que significa que empezaron a cobrar por sus cuadros, sus esculturas, sus diseños, sus composiciones.

Esto no está ni bien ni mal, simplemente es y ha sido así. Si se ve la creación artística como trabajo, naturalmente implica una remuneración. Y de ahí en adelante todo lo demás, porque ingresa directamente al mundo de la economía con lo que esta lleva adherido. No es entonces extraño ni un despropósito hablar de economías creativas ni de economías creativas artísticas.

La cuenta satélite de cultura 

Estas economías (también denominadas economías culturales) se han venido considerando en el país directamente como tales por lo menos desde el 2002, cuando se empezó a medir, con el Convenio Andrés Bello, el ámbito económico en el campo cultural mediante la denominada cuenta satélite de cultura (hoy en día realizada por un acuerdo entre el DANE y Mincultura). Posteriormente, en el 2010, se dio inicio a través del CONPES a la Política nacional para promoción de las industrias culturales en Colombia.

En ese proceso, y aún antes del 2002, se han promulgado leyes como la 98 de 1993 sobre fomento del libro; la 814 de 2003 y 1556 de 2012 sobre la industria cinematográfica; la 1493 de 2011 sobre espectáculos públicos, y la Ley 1915 de 2018 que modificó el régimen de derechos de autor y derechos conexos. Pero lo más importante ha sido la promulgación de la Ley 1834 de 2017 conocida como “Ley Naranja”, marco para la “Política integral de economía naranja”, que busca desarrollar, fomentar, incentivar y proteger las industrias creativas.

Posteriormente, en la actual administración del presidente Iván Duque la economía naranja pasó a ser la apuesta firme del gobierno nacional por dinamizar el sector artístico y creativo tanto en las ciudades como en los territorios, con lo cual se le reconoce a aquel su madurez y vital importancia para la vida del país.

Mincultura como eje del CNEN

Debido a que el Ministerio de Cultura es el que mejor conoce e interpreta la realidad, las dinámicas y los desafíos del sector, la ley lo designó como eje del Consejo Nacional de Economía Naranja –el cual preside y está integrado por otros seis ministerios y cinco altas instancias nacionales– al tiempo que de manera consecuente el gobierno lo encargó para el diseño y la implementación de la política dirigida a este entorno creativo y productivo.

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