Confieso que mi primer voto como ciudadano fue por Belisario Betancur en 1982. Estaba iniciando la Universidad y quería ‘estrenar mi cédula’ con un voto consciente y meditado.

Estudié su vida antes de tomar la decisión.

Belisario era una figura atípica en la política de esa época. Muchas cosas lo separaban de los demás hombres públicos de ese tiempo. No era parte de los grandes nombres como Lleras, López, Valencia o Gómez, que habían sido los protagonistas del Frente Nacional. Era paisa, de origen muy humilde, forjado con mucho esfuerzo y aprovechando sus indudables talentos se abrió un espacio en una sociedad que todavía era cerrada. Conservador, había sido laureanista de la primera línea, pero no alvarista. Con los liberales tenía afinidades en el llerismo y el naciente galanismo. Muy crítico de su predecesor Turbay Ayala, que lo había derrotado en 1978 por un estrecho margen.

Betancur fue un brillante opositor de su contrincante electoral del momento, Alfonso López Michelsen. López llegó a su segunda oportunidad de acceder a la presidencia en medio de una profunda división de su partido y con el lastre de un primer gobierno que había sido muy cuestionado por su estilo y diversos escándalos. Pero se suponía que al liberalismo le alcanzarían los votos y la poderosa maquinaria de la que Turbay era dueño supremo. La victoria de BB, como lo identificaban los periodistas, fue posible por la división liberal, pero sobre todo de la habilidad con la cual el candidato manejó su campaña.

Belisario tenía casi 60 años cuando fue electo, pero parecía una personalidad fresca comparado con López. Ofrecía una imagen de sencillez y autenticidad muy diferente a la de su contrincante. Tenía el atrevimiento de saltarse la ‘fila india’ que suponía que existían unos personajes nacionales con prioridad para acceder a la primera magistratura del Estado.

Sin duda, Betancur era un ‘animal extraño’ en la política de aquellos tiempos. Algunos lo señalaban como camaleón pues había sido el más visible miembro del célebre ‘Batallón Suicida’ que se había atrevido a desafiar al dictador Rojas Pinilla en la Asamblea Constituyente. Otros desconfiaban de su énfasis social que les parecía esconder una tendencia izquierdista. ‘Laureanista disimulado’ o ‘socialista’ eran epítetos utilizados frecuentemente para atacarlo.

Un hombre de su época

Belisario Betancur era un clásico exponente de su tiempo. Había crecido en medio de la violencia partidista y de la polarización de la Guerra Fría y había sufrido el trauma de la dictadura. Como todos los líderes de su época vivió los convulsionados años sesenta caracterizados por el Concilio Vaticano Segundo, la rebeldía juvenil, la revolución cubana, la guerra de Vietnam y la ruptura de las estructuras sociales que habían fundamentado la sociedad tradicional. Su posición vivencial y política fue muy marcada por estos cambios radicales.

El Frente Nacional le dio la posibilidad de ocupar el ministerio de Educación en el primer Gobierno encabezado por Alberto Lleras Camargo y el Ministerio de Trabajo en el Gobierno de Guillermo León Valencia. En ambos cargos sorprendió e incomodó a muchos por su decidido énfasis innovador y conciliador. Era un conservador que parecía moderno, afable, bohemio y abierto al diálogo.

Durante esa convulsionada década, se abrió espacio entre muchos liberales, en la prensa, con los jóvenes, los artistas e incluso en sectores de la izquierda que se sentían atraídos por su estilo. Era un ‘godo decente’ como algunos liberales sectarios lo describían y no producía resistencia en esos entornos siempre alérgicos al orden y la tradición. Gozaba, sin duda, de una imagen que hoy clasificaríamos como ‘soft’ y otros lo asociarían al ‘new look político’ tan en boga por esos tiempos. Lanzó su primera candidatura a la presidencia en 1970 y quedó en un distante tercer lugar detrás de Misael Pastrana Borrero y el exdictador Gustavo Rojas Pinilla pero dejo posicionado su nombre como futuro aspirante y en su tercer intento accedió a la presidencia en 1982.

Gobierno marcado por coyunturas complejas

El Gobierno de Turbay Ayala era la antítesis de lo que Belisario encarnaba, pues a pesar de su origen liberal gaitanista, había hecho énfasis en un enfoque de centro derecha apoyado por la mayoría de la clase política que manejaba con gran habilidad. A diferencia de López, que había gobernado en alianza con el grupo de Álvaro Gómez, Turbay incluyó al sector pastranista en sus gabinetes, dejando por fuera al sector llerista representado por el Nuevo Liberalismo del carismático Luis Carlos Galán, quien hacía oposición directa al gobierno.

El Gobierno de Turbay centró su accionar en la lucha contra la subversión. Apoyado por su poderoso Ministro de Defensa, general Luis Carlos Camacho Leyva, y utilizando el controversial Estatuto de Seguridad, libró una guerra sin cuartel contra todas las organizaciones terroristas y se vivieron momentos aciagos. Las diferentes vertientes de las guerrillas colombianas sufrieron, como nunca antes, la persecución del Estado. Desde las organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales se señalaban casos de violación de los derechos de quienes habían sido capturados y se mencionó con insistencia el recurso a métodos de tortura contra los alzados en armas.

Betancur definió una agenda muy diferente a la de su predecesor y la búsqueda de la paz se constituyó en prioridad de la nueva administración. “No quiero que se derrame una sola gota más de sangre colombiana. ¡Ni una gota más!”, afirmó con énfasis especial en su discurso de posesión. Pocas semanas después nombró una Comisión de Paz a la que le encargó la difícil tarea de “levantar ante el pueblo entero de Colombia una alta y blanca bandera de la paz” lo que sería la señal del inicio de la gran negociación de un acuerdo de paz.

Belisario fue el primer presidente que aceptó explícitamente que existían en nuestra sociedad causas objetivas de la violencia relacionadas con la desigualdad, la exclusión política, la falta de acceso a derechos fundamentales y la inequitativa distribución de la tierra. A partir de su gobierno, la guerrilla legitimó su accionar pues, desde la más alta esfera del poder, se admitía la validez política de sus reivindicaciones que se justificaban por las carencias del sistema democrático existente.

Durante los siguientes tres años, el primer comisionado de paz, John Agudelo Ríos, intentó construir una agenda de paz en la cual participaron todos los grupos alzados en armas. Con las FARC se logró un cese al fuego-el primero de muchos que se producirían a lo largo de las siguientes décadas- y que luego concluyó en los acuerdos de La Uribe en 1984 y también se firmaron acuerdos que incluyeron al M-19, el ELN y el EPL.

TAMBIÉN EN EL TEMA DE POLÍTICA ECONÓMICA, EL GOBIERNO BETANCUR TUVO QUE ENFRENTAR UN ATERRIZAJE FORZADO. COINCIDIENDO CON SU POSESIÓN COMO PRESIDENTE MÉXICO ANUNCIÓ QUE ENTRABA EN CESACIÓN DE PAGOS DE SU DEUDA EXTERNA ESTALLANDO LA CRISIS DE LA DEUDA DE LATINOAMÉRICA QUE FUE LUEGO DENOMINADA COMO ‘LA DÉCADA PERDIDA’.

Como ha sido tradicional en la eterna lucha de Colombia por la paz, la buena disposición del Gobierno Betancur no fue correspondida por quienes, desde el otro lado de la mesa, aprovechaban la menor presión de las Fuerzas Militares para incrementar su posicionamiento territorial y su accionar delictivo. El discurso de la paz no coincidía con la realidad de muchas regiones del país donde el secuestro y la extorsión crecía mientras el gobierno intentaba lograr un acuerdo. El descontento creció en la opinión y el malestar se hizo visible en los altos mandos militares.

A pesar del firme compromiso del jefe del Estado, el deterioro de la seguridad se convertía en un grave reto para el gobierno. La política de paz de Betancur concluyó el 6 de noviembre de 1985 cuando un comando del M-19 atacó el Palacio de Justicia lo que derivó en un asalto militar que produjo la muerte de 101 personas entre los cuales 11 magistrados de las Altas Cortes.

Este terrible golpe a la institucionalidad confirmó que la estrategia del Gobierno no era realista pues los vínculos entre las guerrillas y narcotráfico amenazaban la estabilidad institucional. Paralelamente crecía la importancia y accionar de grupos paramilitares que suplían en los territorios la ausencia de un Estado débil y sin capacidad de reacción frente al orden público. La tenaza se cerró y apretaba cada vez más a una administración que parecía desbordada por la violencia creciente.

Luego de este terrible golpe a su principal estrategia de Gobierno, una semana más tarde, el 13 de noviembre, se presentaba la tragedia de Armero.

Arremetida del narcotráfico

Paralelo al esfuerzo de paz, Colombia vivió el crecimiento acelerado de los carteles de la droga. En este período se consolida el cartel de Medellín como una organización criminal sin precedente en nuestra historia. Carlos Lehder, Gonzalo Rodríguez Gacha y Pablo Escobar coordinaron esfuerzos buscando doblegar al Estado. Su principal exigencia consistía en que el país no permitiera la extradición de narcotraficantes a los Estados Unidos.

Betancur no era partidario de la extradición cuyo tratado fue sido firmado por su antecesor Julio César Turbay en 1979 y había entrado en vigor en marzo de 1982, pocos meses antes de la toma de posesión del nuevo presidente.

A pesar de su escepticismo respecto a la figura de la extradición, en su gabinete había representantes del Nuevo Liberalismo, movimiento que enarbolaba la bandera contra el narcotráfico. Luis Carlos Galán y el Ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla denunciaron, con valor y decisión, los vínculos del narcotráfico con la política y su infiltración en las altas esferas de los organismos de seguridad. Lara Bonilla fue asesinado en 1984 lo que obligó a Betancur a activar las extradiciones en represalia por la muerte de su ministro y en esas condiciones Carlos Lehder fue enviado a Estados Unidos y condenado a una larga pena.

En represalia, la violencia del narcotráfico arreció en lo que sería el inicio de una larga guerra del Estado contra los carteles de la droga que ensangrentó al país durante años.

A PESAR DEL FIRME COMPROMISO DEL JEFE DEL ESTADO, EL DETERIORO DE LA SEGURIDAD SE CONVERTÍA EN UN GRAVE RETO PARA EL GOBIERNO. LA POLÍTICA DE PAZ DE BETANCUR CONCLUYÓ EL 6 DE NOVIEMBRE DE 1985 CUANDO UN COMANDO DEL M-19 ATACÓ EL PALACIO DE JUSTICIA.

El manejo económico

También en el tema de política económica, el Gobierno Betancur tuvo que enfrentar un aterrizaje forzado. Coincidiendo con su posesión como presidente, en agosto de 1982, México anunció que entraba en cesación de pagos de su deuda externa estallando la crisis de la deuda de Latinoamérica que fue luego denominada como ‘La década perdida’. A los graves desafíos heredados del Gobierno Turbay en materia fiscal, se agregó entonces un complejo entorno externo.

Al igual que la inmensa mayoría de los dirigentes de su época, Betancur era un intervencionista partidario del fomento estatal de algunos sectores de actividad económica y ese enfoque proteccionista coincidía con los lineamientos que el presidente Carlos Lleras Restrepo había definido en su administración y cuya piedra angular era el decreto-ley 444 de 1967.

Para proteger las reservas internacionales, el Banco Central tenía el monopolio del manejo de divisas y se contaba con el mecanismo de la devaluación gradual cuyo objetivo era promover la diversificación de exportaciones. El Instituto de Comercio Exterior (Incomex) administraba las importaciones bajo un régimen de licencia previa y cuotas de importación.

En ese entonces se contaba con poderosos instrumentos de política entre ellos los fondos especiales administrados por el Banco de la República (Fondo Financiero Industrial, Fondo Financiero Agropecuario y Fondo de Promoción de Exportaciones). El Emisor era dirigido por una Junta Monetaria en la que participaban varios ministros del área económica y en la cual el gobierno ejercía un control importante más allá de las prioridades exclusivamente monetarias.

El crédito dirigido a la economía se hacía a tasas preferenciales y tenía un impacto creciente en materia de inflación que aumentaba hasta alcanzar, a finales de la década, niveles cercanos al 30 %.

La fase inicial del gobierno estuvo inspirada en una concepción keynesiana de la economía. Betancur había planteado en su campaña dos grandes propuestas: un sistema de financiamiento de vivienda sin cuota inicial y un modelo de educación a distancia que ampliara el acceso a todos los colombianos. Pero también era partidario de extender subsidios a sectores como el agropecuario y tenía tendencia a adoptar la regulación de ciertos precios.

Su primer Ministro de Hacienda, Edgar Gutiérrez Castro, promovió entonces una política que buscaba estimular la demanda interna que se había resentido en el Gobierno de Turbay Ayala por la apreciación de la moneda y la relativa ortodoxia monetaria.

La debilidad estructural de las finanzas públicas nacionales se agravó como producto de la estrategia expansionista del Gobierno y a ello se sumó el cierre casi total de financiamiento externo derivado de la crisis del crédito a Latinoamérica. El espacio de maniobra se fue estrechando rápidamente y llegó a ser crítico y la posibilidad de entrar en cesación de pagos no se descartaba. Incluso el país se vio forzado a renunciar a la organización del Mundial de Fútbol de 1986, evento que se había comprometido a adelantar.

Betancur tuvo que cambiar de enfoque y remplazó al Ministro de Hacienda, Edgar Gutiérrez por una nueva cara, Roberto Junguito Bonnet, quien se desempeñaba como Ministro de Agricultura y aportaba el enfoque de una nueva generación de economistas formados en los Estados Unidos y reacios a muchas ideas keynesianas.

Al nuevo titular de Hacienda le correspondió promover una reforma tributaria para enfrentar el problema del déficit fiscal y, simultáneamente, proceder a una muy importante devaluación del peso que compensara el desequilibrio de las cuentas externas. El remedio era amargo pues implicaba archivar muchas de las ideas progresistas que el jefe del Estado quería proponer y asumir un esquema de austeridad. Pero el resultado fue positivo y le permitió a su último Ministro de Hacienda, Hugo Palacios Mejía, acceder nuevamente a financiamiento externo en lo que entonces se denominó como crédito “’Jumbo’.

Tragedia de Armero

La tragedia que sacudió a este municipio tolimense fue el otro hecho que afectó severamente a su gobierno. Se estima que entre 23 y 25 mil habitantes fallecieron a causa de un alud producido por el deshielo que a su vez estuvo relacionado con la actividad del volcán Nevado del Ruiz. Mucho se ha discutido sobre la inoperancia de las señales de alerta que no fueron atendidas debidamente por los funcionarios públicos.

Lo cierto es que el país había enfrentado, con pocos días de diferencia, el incendio del Palacio de Justicia y la catástrofe que había borrado, en minutos, uno de los pueblos más ricos y representativos del país. El Gobierno parecía perseguido por una mala estrella sin fin, pues en 1983 había enfrentado el terremoto de Popayán, que destruyó una parte importante de la capital del Cauca.

Con buen criterio se dispuso la creación de Resurgir, una entidad encargada de canalizar todos los esfuerzos en la reconstrucción de la región. El constructor Pedro Gómez Barrero, creador de los primeros centros comerciales, fue encargado de dirigir este modelo de reconstrucción que luego se replicó cuando aconteció el devastador terremoto de Armenia.

Parte significativa de los escasos recursos fiscales disponibles tuvo que ser destinada a enfrentar esta dolorosa circunstancia. Lo cierto es que las tragedias marcaron el final de un cuatrienio lleno de sobresaltos y frustraciones.

Un análisis retrospectivo del período 1982- 1986 registra más fracasos que realizaciones. A pesar de su promesa y empeño, Belisario Betancur heredó a su sucesor un país sumido en una mayor violencia, con las organizaciones guerrilleras fortalecidas, y la paz sigue siendo una tarea pendiente hasta el día de hoy.

El caso del Palacio de Justicia se convertiría en otro de los enigmas que la justicia nunca resolvería. Mientras los atacantes gozaron de impunidad, los militares pagan, hasta hoy, condenas severísimas y nunca se hizo plena claridad sobre lo que sucedió en la presidencia la noche en que se decidió y realizó el ataque del Palacio.

Tampoco se esclarecieron los vínculos y alianzas entre el M-19 y Pablo Escobar. Pocos meses después de que Betancur entregara el poder, Escobar asesinó al director del periódico El Espectador, Guillermo Cano, confirmando su intención de doblegar al Estado y así se dio inicio a la guerra contra el narcotráfico que alcanzaría su mayor intensidad en el período de su sucesor Virgilio Barco.

En el plano económico, la recuperación se obtuvo al costo de un ajuste ortodoxo que redujo los alcances de su política social.

UN ANÁLISIS RETROSPECTIVO DEL PERÍODO 1982- 1986 REGISTRA MÁS FRACASOS QUE REALIZACIONES. A PESAR DE SU PROMESA Y EMPEÑO, BELISARIO BETANCUR HEREDÓ A SU SUCESOR UN PAÍS SUMIDO EN UNA MAYOR VIOLENCIA, CON LAS ORGANIZACIONES GUERRILLERAS FORTALECIDAS, Y LA PAZ SIGUE SIENDO UNA TAREA PENDIENTE HASTA EL DÍA DE HOY.

La dignidad del expresidente

Resulta irónico que Belisario Betancur, pese a no ser recordado como un gran mandatario, haya sido, sin duda, el mejor expresidente de nuestra historia. Cumplió sin fallar su promesa de no participar en la política, concentrando su atención en los asuntos culturales, que eran su primera pasión y por ello aportaba a las actividades culturales siempre olvidadas y descuidadas en nuestra sociedad.

Hispanista de siempre, adoraba a España donde había sido embajador, recibiendo allí mucho reconocimiento por sus aportes a la paz, las letras y las artes.

No fue, como todos los demás mandatarios, un palo en la rueda de la política y la gobernabilidad de quienes lo sucedieron ni intentó manipular a los presidentes posteriores, ni impedir que cumpliesen su mandato. No quiso maquinar en las candidaturas no pidió cuotas de poder, no intrigó favores ni exigió honores. No tenía un caudal o movimiento político bajo su conducción ni lo quería y toda su ambición había quedado cumplida con la oportunidad de dirigir los destinos de la nación.

Este soñador romántico vivió y murió con sencillez y discreción, como corresponde a quien ha ejercido el mayor cargo de la República, con dignidad, como debe ser.

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