Desde su llegada a la Casa Blanca, el presidente Biden se propuso marcar un cambio de rumbo respecto de la agenda internacional de la anterior administración. Para esto se ha planteado como líneas directrices la reactivación de las alianzas tradicionales, una vuelta al multilateralismo, y la recomposición del liderazgo estadounidense.

Para hacerle contrapeso al lema America first (“América primero”), con el que Trump fijó una política de corte nacionalista y aislacionista, la nueva administración adoptó la divisa de America is back (“América está de vuelta”). Con ella se busca restablecer la confianza de los aliados que sufrieron los embates de la diplomacia displicente y confrontacional del gobierno precedente.

Una de las primeras decisiones de la nueva administración frente a Latinoamérica tiene que ver con revertir las medidas que impedían la llegada de nuevos migrantes, restringían el otorgamiento del asilo y entorpecían la naturalización de quienes ya residían en el país.

De ahí la intención de mejorar las relaciones con México y demás países de Centroamérica con la propuesta de un nuevo programa laboral que haría posible que entre 600.000 y 800.000 migrantes centroamericanos trabajen de manera legal en territorio norteamericano.

Asimismo, Washington ha suspendido los acuerdos de tercer país seguro, restauró el programa de acogida de menores centroamericanos y anunció un ambicioso plan de ayuda a los países del Triángulo Norte, para promover el desarrollo y desincentivar la migración.

Además del tema migratorio, la política de Biden centra su atención en Cuba y Venezuela, declarando su propósito de volver a los tradicionales principios de respeto a la democracia y defensa de los derechos humanos. Si bien en el corto plazo no se proyecta un retorno a la política de apertura hacia la isla que caracterizó al gobierno Obama, al menos se espera un desmonte gradual de las medidas represivas adoptadas por Donald Trump. Basta recordar que durante el mandato del republicano se implementaron cerca de 240 medidas en contra del régimen castrista, a lo que se sumó la inclusión de Cuba, en enero de 2021, en la lista de países patrocinadores del terrorismo.

Frente a Venezuela, pese a que la nueva administración reconoce la ineficacia de las sanciones económicas aplicadas en los últimos años contra del gobierno de Nicolás Maduro, tampoco se plantea un cambio sustancial de rumbo. Se mantiene el reconocimiento a Juan Guaidó como presidente encargado, así como las limitaciones de acceso a los recursos petroleros. En el propósito de mantener la presión para lograr que se celebren elecciones libres, Washington promueve una postura más multilateral, buscando coordinar sus esfuerzos con Europa y sus aliados latinoamericanos.

De otra parte, la decisión de otorgar el estatus de protección temporal (TPS) a los venezolanos que residen en territorio estadounidense, junto con la promesa de nuevos recursos para asistir a los migrantes, implica un reconocimiento, por parte de la potencia, de la gravedad de la crisis humanitaria que se vive en Latinoamérica.

Para el caso colombiano, la llegada del gobierno demócrata no implica cambios significativos en la agenda bilateral, sino más bien énfasis distintos. Se prevé que Biden seguirá respaldando la implementación del acuerdo de paz, dado su conocimiento del tema y su participación cuando fue vicepresidente del gobierno Obama. La lucha contra el narcotráfico, la respuesta regional a la crisis en Venezuela, así como la pandemia y el cambio climático, son los asuntos que seguirán gravitando en las relaciones entre ambos países.

El frente europeo es otra de las prioridades para Biden. Dada la importancia de los vínculos transatlánticos, Washington se ha propuesto recuperar la maltrecha confianza de sus socios europeos recalcando el papel de la OTAN en la seguridad no solo regional, sino como factor estabilizador del orden mundial.

En la Conferencia de Seguridad de Munich, celebrada en febrero pasado, el mandatario demócrata hizo un llamado a la cooperación con la Unión Europea para hacerles frente, de manera mancomunada, a las amenazas de carácter global.

Con respecto de Asia, la Casa Blanca ha hecho acercamientos para conformar un bastión con India, Japón, Corea del Sur y Australia, que le haga contrapeso a la enorme influencia china en la región. Esto implicaría tanto el reforzamiento de los intercambios comerciales, como la negociación de compromisos para garantizar la seguridad de la región indo-pacífica, y el acceso a las rutas marítimas.

Vuelta al multilateralismo
En contraste con el negacionismo y la actitud displicente hacia las instituciones y los acuerdos internacionales que caracterizaron al gobierno Trump, las perspectivas de un regreso de la potencia a los escenarios de concertación y su participación activa en la solución de los problemas más acuciantes del mundo fueron priorizadas desde los primeros días de la administración Biden.

Respecto de la acción frente al cambio climático el presidente firmó varias órdenes ejecutivas estableciendo el regreso de su país al Acuerdo de París, así como adoptando medidas internas que buscan disminuir la dependencia de los combustibles fósiles y fomentar el uso de energías limpias. Biden se ha comprometido a reducir la emisión de gases de efecto invernadero para el 2035, y eliminarlos por completo de la economía para el 2050².

Asimismo, la Casa Blanca retornó a la Organización Mundial de la Salud, reafirmando su compromiso con los esfuerzos internacionales para mitigar la pandemia, por este motivo anunció el aporte de 4.000 millones de dólares a la plataforma Covax, cuyo objetivo es hacer accesible la vacuna contra el Covid-19 a los países más pobres.

El acuerdo nuclear con Irán es otro de los temas de marcado contraste con la administración anterior. El gobierno Biden aceptó participar en los diálogos multilaterales, propuestos por la Unión Europea, con el propósito de retomar el Plan de Acción Integral Conjunto; el objetivo de este es detener el desarrollo posible de armas nucleares por parte del país islámico. En el acuerdo, adoptado en 2015, Irán aceptaba limitar su enriquecimiento de uranio y permitir el acceso de inspectores internacionales a sus instalaciones, a cambio del levantamiento de las sanciones económicas. Trump decidió salirse del pacto en 2018 y endurecer las sanciones.

De este modo, las decisiones mencionadas reflejan la intención del gobierno Biden por implementar una política exterior más “humilde y dialogante”, como lo señaló en su momento el secretario de Estado, Anthony Blinken. Un cambio de enfoque que no implica, sin embargo, abandonar el lugar preponderante que Estados Unidos ha tenido en la dirección de los asuntos internacionales.

El liderazgo mundial, en juego
El America is back es también una declaración de la intención del gobierno demócrata de plantarle cara a China y mantener su hegemonía. A diferencia de los otros temas de la agenda, en este campo, la administración Biden no abandona la confrontación abierta planteada por Trump con el gigante asiático.

Si bien los métodos pueden variar, el objetivo es el mismo: contrarrestar el poderío chino e impedir su supremacía global en los ámbitos económico, político, tecnológico y militar.

Entonces, ¿qué tipo de orden mundial se vislumbra? Algunos analistas han hablado de una nueva guerra fría, en la que la política internacional se definiría en la disputa entre dos grandes polos de poder, lo que, a la larga, obligaría a todos los actores a escoger campo. No obstante, la evocación de la confrontación bipolar puede servir como metáfora, pero no como marco explicativo; a diferencia de lo ocurrido en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, las economías de las dos superpotencias rivales están muy fuertemente entrelazadas y su desacoplamiento tendría efectos nefastos sobre la política y la economía globales.

Asimismo, y pese a las reticencias y críticas de sectores internos, la administración Biden no parece dispuesta a renunciar a su papel del policía del mundo; ya sea actuando por su cuenta cuando puede, o de manera concertada con otras naciones. Cuando le resulte conveniente, Estados Unidos seguirá tratando de contrarrestar las ambiciones de potencias medianas como Rusia o Irán, manteniendo la intervención militar y política en Irak o Afganistán, o jugando como actor indispensable en los organismos internacionales.

No obstante, el mantenimiento del liderazgo mundial y el ejercicio de una hegemonía que se reclama benevolente depende no solo de la voluntad del mandatario demócrata, pues Biden también debe hacerles frente a desafíos que demandan no solo ingentes recursos de poder, consenso social, sino también un amplio margen de maniobras tanto internas como externas.

En lo doméstico, el primero y más importante imperativo es superar la crisis de la pandemia y lograr la reactivación de la economía estadounidense. El Covid-19 ha puesto en evidencia el grave deterioro en las condiciones de vida de una parte significativa de la población estadounidense y la creciente brecha entre ricos y pobres. La respuesta de Biden a estos desafíos depende, en buena medida, de su capacidad para lograr consensos entre demócratas y republicanos, algo que parece muy difícil en medio de la aguda polarización política que hoy vive el país.

En el ámbito internacional, la administración Biden tiene el reto de reconstituir su credibilidad y prestigio. Un asunto nada sencillo en razón a su propia inestabilidad política interna, como al terreno ya ganado por aliados como Europa y competidores como China.

Referencias bibliográficas
- Baer, Daniel. 2021. «America is Back. Europe, Are You There?» Foreign Policy.
- Bordoff, Jason. 2021. «On Climate, Declaring ‘America is Back’ Doesn’t Make It So». Foreign Policy.
- Kroenig, Emma Ashford, Matthew. 2021. «Should Biden Ditch All of Trump’s Policies?» Foreign Policy.
- Labott, Elise. 2021. «Biden Wants to Compete With China. Here’s How». Foreign Policy.
- Mars, Amanda. 2021. «Biden impulsa un complicado giro en la política de Estados Unidos hacia América   Latina». El País, marzo 9.
- Portafolio. 2021. «Las siete prioridades del Gobierno Biden en su agenda con Colombia». Portafolio.com, febrero 6.

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