Quiero compartir con ustedes la felicidad que anima el corazón de los colombianos; la satisfacción de quienes hemos luchado por construir una patria abierta a la participación, que no excluya a nadie, que le ofrezca a todos un lugar bajo el sol de Colombia, que cobije por igual a pobres y a ricos, a fuertes y a débiles, a los que han sido gestores de nuestra historia y a quienes serán los protagonistas del mañana.

Si bien hoy concluye esta importante etapa, también se inicia una nueva era política para Colombia. Esto es lo más importante. Debemos ser conscientes de que la Constitución de 1991 no marca el final de un proceso de reforma, sino el comienzo de un nuevo capítulo de nuestra historia. Hemos iniciado que no concluido lo que llamara el presidente Alfonso López Pumarejo la liquidación amistosa del pasado, esa cancelación cordial del peso abrumador de rencores y prejuicios, que requería la nación para ser próspera y pacífica.

Así como la Constitución de 1886 permitió que las ideas de Rafael Núñez se proyectaran en el afianzamiento de la autoridad necesaria para unir la nación colombiana, la Constitución de 1991 permitirá que el proceso de renovación y de cambio en el cual estamos comprometidos fructifique en la construcción de una nueva democracia. Estamos frente a una verdadera revolución pacífica: se ha partido en dos la historia de nuestra República.

Esta asamblea es un ejemplo de esa nueva democracia que me comprometí a entregarle a los colombianos al iniciar mi mandato. También es una demostración de que esta puede funcionar, de que no se trata de una utopía.

Esta nueva democracia tiene un espacio para la tolerancia y el respeto por las ideas ajenas.

Esta nueva democracia toma en serio el pensamiento de los otros, con la modestia que la debe caracterizar, con la plena conciencia de que la verdad surge en el debate y en la controversia; que la existencia de diferentes puntos de vista, partidos, convicciones, debe llevar a la concepción del pluralismo con alegría, con esperanza de que mejorará nuestros puntos de vista o nos permitirá llegar a otros mejores.

La nueva democracia tendrá, sin lugar a dudas, la fortaleza para recibir opiniones distintas, por su dignidad en el debate franco de las ideas y por su carencia de fuerza intimidatoria y de insolencia dogmática.

De manera que, cuando haya varias opiniones sobre un mismo tema, no se dirá que hay desorden sino que se está expresando el pluralismo. Los debates francos no serán criticados por generar conflicto. Por el contrario, se dirá con razón: bienvenido sea el diálogo abierto, sin temas vedados, donde todos tenemos algo que decir, donde todos tenemos el derecho a ser oídos! Esta Constitución se ha hecho para que convivamos todos civilizadamente bajo un mismo techo, respetándonos mutuamente y recibiendo el trato justo que merecemos. Pero, que impere la tolerancia, que escuchemos las ideas ajenas, no significa que abandonemos las propias. Significa que todos podremos expresarnos libre y plenamente, que hemos adoptado unas nuevas reglas de juego para que dejemos de pelear como enemigos y pasemos a dialogar como contradictores.

Sí. Tendremos grandes diferencias, pero compartiremos un mismo y fundamental compromiso: Colombia, el trabajo enaltecedor y grande por lograr el bienestar de sus gentes y la paz entre hermanos.

En esta nueva democracia consenso no es sinónimo de unanimismo. Por el contrario, es la base para que se manifieste ese espíritu de participación que se ha despertado en los colombianos, quienes cansados de que alguien desde arriba les ordene su vida, han tomado con sus manos su destino para forjarlo de acuerdo con sus anhelos y adaptarlo a sus necesidades.

Y, por eso, en el nuevo orden político que se está creando, cada individuo como cada constituyente tiene un poder que cuenta y que no puede pasar inadvertido. Es por eso que de las teorías abstractas sobre la justicia hemos pasado a la sensibilidad concreta por quienes requieren apoyo o como dice la Constitución en tantos artículos por quienes merecen especial protección. Dicha preocupación por las minorías no refleja una actitud paternalista. Es el resultado de que todos estemos aquí reunidos, por primera vez en nuestra historia, en una misma casa, frente a frente, en condiciones de igualdad.

Esta Asamblea habría podido ser muy distinta. Pero, fue escogida por el pueblo, no señalada a dedo. Fue el fruto de los nuevos espacios que abrieron la circunscripción nacional, el tarjetón y la financiación de campañas para la elección de delegatarios, y no de la política tradicional. Nacida dentro del Estado de Derecho, gracias a las históricas sentencias de la Corte Suprema de Justicia que acogieron concepciones jurídicas innovadoras plasmadas en los decretos que dictó el Ejecutivo, sin desconocer entonces el orden institucional. Ha sido pública en sus deliberaciones y no cerrada a la opinión. Y, pluralista, libre y autónoma. En síntesis: la Constituyente ha sido de todos los colombianos y no de expertos y técnicos.

(...) La Nueva Constitución nació en su esencia, claro está en un evento democrático, el 9 de diciembre. Allí, los colombianos escogieron bien. Optaron por impulsar el revolcón. Depositaron por 150 días su confianza en ustedes, para que desarrollaran y plasmaran en un texto el sentimiento popular de cambio institucional y de renovación política.

(...) Señores delegatarios: La nueva Constitución le dará al Gobierno que presido y al país herramientas para continuar con todo vigor y a toda marcha por el camino despejado de la revolución pacífica. Ese ha sido mi principal afán. Esa será mi guía cuando defienda y siga promoviendo este proceso. Ese será el propósito claro del Gobierno en los desarrollos legislativos, y al adoptar otras decisiones para consolidar el nuevo país que hemos conquistado para maravillar por igual a los pesimistas y a los perseverantes pregoneros del desastre de que hablara López Pumarejo, así como a los ciudadanos del futuro.

Este nuevo país que tenemos por delante, basado en una Constitución bien distinta a la de 1886, se expresará por medio de una democracia participativa, será gobernado con instituciones sólidas y eficaces, y estará habitado por ciudadanos activos, interesados por decidir cuál será su porvenir. Permítanme que brevemente me refiera a cada uno de estos temas.

Una de las principales características de la nueva Constitución es que no nació de unas pocas plumas sino de un gran debate democrático en el que participó todo el país: en la propuesta del plebiscito de 1988, en las calles, cuando los estudiantes agitaron el tema de la séptima papeleta, en las mesas de trabajo, en la contienda electoral, en los medios de comunicación y, por supuesto, en el seno de esta Asamblea. La Constitución de 1991 no es de nadie en particular. Por eso como pocas en la historia es de todos y para todos. Es una obra de creación colectiva que, desde ahora y por muchas décadas, nos pertenece por igual a cada uno de los colombianos.

La Constitución de 1991 también es un espejo del nuevo país, de esa Colombia en la que cabemos todos, los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos, en que la mujer tiene un lugar preponderante en la vida nacional, en que los indígenas y los demás grupos étnicos minoritarios en verdad cuentan; de esa Colombia predominantemente urbana, pero que reconoce la importancia de promover el desarrollo del campo; de ese país de regiones que reclaman con razón facultades y poderes para abandonar un asfixiante centralismo y promover el verdadero progreso regional y el renacimiento de la actividad local.

Por eso, la Constitución de 1991 es como es. Tan extensa como democrática. Detallada para recoger la diversidad y ofrecer garantías a todos los grupos políticos y sociales. Redactada a muchas manos y estilos porque se hizo en un foro pluralista donde había representantes de todos los sectores de la sociedad. Generosa en materia de derechos; amplia, participativa y democrática en cuanto a lo político; fuerte y sólida en lo que se refiere a la justicia; sana y responsable en lo económico; revolucionaria en lo social. Así es la Carta que estrenamos hoy.

La nueva Constitución no es un ejercicio académico ni un invento de laboratorio. Es la expresión de la realidad viviente, como ella es, llena de formas distintas, compleja, imbuida de necesidades de variada índole y movida por las ilusiones de millones de compatriotas. En síntesis, como dijera Bolívar, apropiada a la naturaleza y al carácter de la Nación.

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