La transición demográfica es uno de los hitos centrales de la historia económica mundial en los últimos doscientos cincuenta años. Este proceso mediante el cual las sociedades pasan de altas a bajas tasas de mortalidad y luego disminuye también su tasa de natalidad impone nuevos retos relacionados con el envejecimiento de la población.

En Colombia, la base de la pirámide poblacional es cada vez más reducida; el 58,5% de la población tenía menos de 25 años en 1984, cifra que se redujo a 49,2 % en 2018 (figura 1). La tasa de fecundidad pasó de 6,3 hijos por mujer en 1965, a 1,8 hijos en 2017 (Banco Mundial, 2019).

Así como en América Latina y en el mundo, en Colombia también se sienten las consecuencias económicas y sociales de un proceso avanzado de transición demográfica. Ello ocurre en aspectos como las pensiones, el crecimiento de la población y la educación. En este artículo nos enfocamos en los efectos del cambio en la estructura por edades de la población sobre la demanda por educación universitaria.

Una aproximación a la demanda potencial

Los estudiantes entre 14 y 21 años que presentaron la prueba Saber 11 entre 2000 y 2018 se clasifican en cohortes según su año de nacimiento. En la figura 2 se observa el crecimiento indexado del número de estudiantes en cada cohorte. De allí se obtiene que, por ejemplo, el número de estudiantes nacidos en 1996 que presentó la prueba Saber 11 en el periodo evaluado, es un 54 % mayor que el número de estudiantes que pertenece a la cohorte de 1984.

En la figura 2 se observa un crecimiento cada vez menor del tamaño de las cohortes a escala nacional, que llega a su máximo en 1996 y luego empieza a decrecer. Sin embargo, este comportamiento no es homogéneo a lo largo del país; en la región Caribe el crecimiento está por encima del promedio nacional. Además, si se desagrega por las principales áreas metropolitanas, las cohortes en Bogotá y Medellín crecieron de forma más acelerada, mientras que Barranquilla es la de menor crecimiento, pero contrario al resto de las áreas metropolitanas, no decrece a partir de 1996 (figura 3). Estas diferencias pueden responder a factores relacionados con el acceso y la eficiencia de la educación o con las tendencias demográficas propias de cada región.

En Meisel y Granger (2020) se analizan estos factores y se encuentra que las diferencias regionales en cobertura y deserción estudiantil son muy sutiles y, en consecuencia, tienen bajo poder para explicar estas divergencias en el crecimiento de las cohortes, mientras que los factores demográficos difieren considerablemente entre una región y otra. Específicamente, la fecundidad es más alta en la periferia del país y, por lo tanto, se evidencia un mayor crecimiento en la población joven en edad de estudiar.

Demanda efectiva por educación superior

Ahora bien, la demanda efectiva por educación superior se mide por las inscripciones en instituciones educativas, que se mantuvo con una tendencia creciente entre 2000 y 2016, tanto en el sector público como en el privado. A partir de 2017 se experimenta un decrecimiento de las inscripciones en instituciones privadas y en 2018 en las públicas (figura 4). Para el caso de las universidades privadas, las inscripciones cayeron el 4 y el 14 % en los últi
mos dos años, y en las universidades públicas el crecimiento fue del 13 y –2 % (figura 5).

En estos últimos dos años no solo disminuyó la demanda, sino también el número total de estudiantes matriculados de nuevo ingreso en las universidades. El crecimiento de la matrícula de nuevos estudiantes en instituciones privadas fue del –9 y del –10 % en 2017 y 2018, respectivamente, y en instituciones públicas fue del 1 y del –2 % en los mismos años (figura 6). Si se examina por la región donde se ofrece el programa universitario, tanto en inscripciones como en matrícula, se encuentra que el mayor decrecimiento se registró en Bogotá y en la región andina. Mientras que en el Caribe la tendencia aún es creciente.

Las posibles explicaciones a este comportamiento reciente de las inscripciones y la matrícula en universidades e instituciones de educación superior pueden ir desde causas coyunturales, como el costo de las matrículas, el bajo crecimiento económico y la creciente participación de la educación virtual, hasta causas más estructurales, como la transición demográfica. En particular, las cifras y el argumento que aquí se sostiene apoyan la conclusión de que este fenómeno es principalmente estructural.

Es importante notar que el decrecimiento en las inscripciones en IES incorpora el efecto del desplazamiento de la demanda de un nivel de formación a otro (universitario a tecnológico), o de una modalidad de educación a otra (por ej., presencial a virtual). Más aún, si se examina el
comportamiento reciente en las inscripciones y matrícula en educación T y T se observa un decrecimiento mayor que en el caso universitario. Y, a su vez, se registra una creciente, aunque baja participación de la modalidad virtual, que en 2018 representó el 10 % del total de la matrícula de nuevo ingreso. Este crecimiento no ha ido en detrimento de la matrícula presencial, sino que ha tomado mercado de la matrícula a distancia tradicional (Meisel y Granger, 2020). Aunque las hipótesis del costo de las matrículas y el desempleo deben ser analizadas con más detalle, no hay evidencia de un cambio de tendencia en los últimos años que explique el comportamiento observado en la matrícula universitaria.

Los datos, así como el análisis histórico del último siglo en Colombia sugieren que la causa fundamental está ligada al cambio demográfico. La figura 2 muestra que las cohortes por año de nacimiento de estudiantes que presentan la prueba Saber 11 crecieron de forma sostenida hasta 1996.

Paralelamente, desde 2017 se muestra un decrecimiento de las inscripciones y las matrículas en universidades y otras instituciones de educación superior. Aunque en otros momentos del tiempo ha caído la matrícula, esta última disminución coincide también con cohortes más pequeñas de graduados de bachillerato. Si los estudiantes que se presentan a las instituciones de educación superior tienen entre 14 y 21 años, esto significa que los que demandan un cupo en 2017 nacieron entre 1996 y 2003, que, según las pruebas Saber 11, son las cohortes de nacimiento con un número decreciente de estudiantes que ingresa y posteriormente termina el colegio. Esto refuerza la hipótesis estructural, y aunque es un fenómeno reciente, la evolución de la transición demográfica en Colombia y la demanda universitaria de los últimos años son evidencia de que las universidades se enfrentarán en los próximos años a los retos que supone el creciente envejecimiento de la población.

Conclusiones

En el país se presenta una caída de la tasa de natalidad que está llevando a que el número de estudiantes que culminan grado 11 sea cada vez menor. Y en esta tendencia hay un claro patrón centro-periferia: la caída se observa, sobre todo, en Bogotá y la región andina, y muy poco o nada en la periferia del país, el Caribe y el litoral pacífico.

Esto se debe a que la periferia está rezagada económicamente con respecto al centro del país y, por lo tanto, los factores estructurales que afectan la caída de la natalidad, como el grado de educación y la participación de las mujeres en el mercado laboral, se encuentra todavía por debajo de los promedios nacionales.

Aunque la base de la pirámide poblacional en Colombia, y en el mundo, es cada vez más reducida, la brecha entre la demanda potencial y la demanda efectiva por educación superior en el país aún es significativa.

Aproximadamente uno de cada dos jóvenes entre 17 y 21 años no accede a la educación superior y, en consecuencia, no es posible declarar escasez absoluta de jóvenes para ingresar a las universidades. De hecho, el principal problema no es la población que se inscribe a la universidad, y tampoco el cambio en las motivaciones de los estudiantes, sino el tamaño de la población que queda por fuera del sistema.

La cobertura debe ampliarse, sobre todo, en la población de ingresos más bajos, entre aquellos jóvenes sin recursos suficientes para pagar las matrículas o financiar su sostenimiento. A menudo, esta población tiene desventajas para acceder a las becas de alto rendimiento debido a la baja calidad de la educación básica y media que ha recibido. Las universidades públicas no tienen los cupos disponibles ni los recursos para poder ampliarse rápidamente.

Algunas de las recomendaciones en esta línea implican fortalecer el crédito educativo, ampliar los programas públicos e incrementar la participación del sector privado y la gestión de las universidades en la consecución de mayores recursos para becas estudiantiles. Esos créditos podrían ser parcialmente condonables si dependen de recursos del Estado o créditos con intereses más bajos si se dan con recursos del sector privado. Además, el pago, cuando terminen de estudiar, debe ser contingente con el ingreso. Por ejemplo, se suspende el cobro si el profesional está desempleado. Una política así ayudaría a la igualdad de oportunidades en la educación.

En lo que respecta a las instituciones universitarias e instituciones educativas en general, el cambio estructural de la población lleva a nuevos retos en calidad y pertinencia de la educación. Por un lado, hay que ampliar y transformar los servicios educativos que ofrecen, de forma tal que respondan a los intereses de los estudiantes y a los requerimientos en el mercado laboral. Por otro lado, en la medida en que se reduce la demanda, aumenta la competencia entre universidades para atraer estudiantes. La evidencia en el ámbito mundial sugiere que el impacto de los cambios demográficos es mucho menor o nulo en las instituciones de alta calidad.